Anda plácidamente entre el ruido y la prisa, y recuerda la paz que se puede encontrar en el silencio.
domingo, 16 de mayo de 2010
Las emociones son una parte natural de la vida humana.
Si estamos procurando lograr una relación sana con nosotros mismos, es esencial que aprendamos a abrazarlas. La mayoría de nosotros desde una temprana edad hemos aprendido que ciertas emociones son “malas” o inadecuadas: tal vez se nos dijo que no lloráramos, o que nunca nos enojáramos.
Sin embargo, al negar estos sentimientos, no los eliminamos. Cuando se ignora una emoción, se estanca dentro de nosotros, desarrollando y contribuyendo a una carga acumulada de emociones reprimidas.
Con el tiempo, estas emociones se distorsionan: la ira se convierte en odio o en resentimiento, eventualmente explotando en ataques de rabia y violencia; la tristeza se convierte en depresión.
Sólo necesitamos mirar a un niño para ver lo natural que son las emociones. Los niños se enfadan y se entristecen espontánea y fácilmente, y a la vez, tienen una habilidad innata para encontrar alegría y diversión en todo.
El mundo para ellos es un lugar mágico, en el que los adultos sólo encontraríamos aburrimiento.
Son capaces de descubrir maravillas.Esto es precisamente porque no niegan ningún aspecto de su gama de emociones.
Abrazan todos sus matices, sin juicios, como partes naturales de la experiencia humana. Como resultado, cuando la ira llega, es intensa, pero de corta duración: cinco minutos más tarde, se han olvidado completamente que estaban enojados, absortos en la emoción de un nuevo momento, el próximo descubrimiento.
A veces, cuando estamos en el camino espiritual, aplicamos el condicionamiento infantil de “deberías” y “no deberías” en nuestro proceso de crecimiento: tratamos de encajonarnos a nosotros mismos en una imagen del niño “bueno” o niña “buena” -una imagen que no está muy lejos de las expectativas depositadas en nosotros por nuestros padres y la sociedad.
La búsqueda del amor incondicional rige nuestra manera de comportarnos: intentamos imitar las acciones de amor y compasión, sin convertirnos en estas experiencias.
Esto a la larga conduce a un mayor resentimiento y frustración, porque ¿Cómo puedes abrazar al otro en su perfección, si todavía te ves a ti mismo como imperfecto? ¿Cómo puedes ser compasivo si no te conoces a ti mismo? Al intentar liberarnos de las fronteras de nuestras limitaciones pasadas, saltamos dentro de una nueva caja, a veces incluso más rígida que la anterior.
Para experimentar nuestra divinidad, primero debemos abrazar nuestra humanidad. Para amar incondicionalmente, primero debemos descubrir nuestra propia perfección. Abraza tu ira, abraza tu tristeza: no es a través de la negación que te liberas de esto, sino a través de la aceptación.
Al permitirte sentir la carga acumulada de emociones, liberas espacio en tu interior. Espacio para ser, espacio para amar, espacio para descubrir quién eres realmente.
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