lunes, 18 de octubre de 2010

ATAQUE - MIEDO

En ocasiones atacamos a otras personas.  ¿Qué pasaría si siempre sintiera miedo cuando esté ante alguien a quien en el pasado ataqué de alguna manera?

He comprobado la siguiente verdad:

Siempre temeré a quien he atacado.

¿Qué quiero decir con atacar a otro ser humano?

La calumnia, por ejemplo, es un ataque.  Hacer comentarios despectivos sobre alguien es un ataque.  Ridiculizar a una persona y mostrarse irónico respecto a ella es atacarla.  Culpar y acusar a alguien también es atacarlo, y así sucesivamente...

¡Un pensamiento también puede ser un ataque!  Tener pensamientos negativos y condenatorios sobre otra persona es atacarla.  Cuando ataco a alguien, siempre genero culpabilidad en mi interior.

En forma automática e inconsciente, mi ataque generará en mí el temor a que esa otra persona, a su vez, me ataque... lo cual hará (como una especie de defensa) que la siga atacando... lo cual, a su vez, aumentará mi sentimiento de culpa... lo cual generará en mí más miedo a que esa persona me ataque... y sí sucesivamente.

Es un círculo vicioso inconsciente que crece y se acelera.

Dentro de ese círculo yace la explicación de las conductas prepotentes e intimidatorias.

Cada ataque me separa más de la persona que se supone que debo ser.

Siempre le temeré a quien he atacado.

Te darás cuenta que esto es verdad si te analizas a ti mismo en tu vida diaria.  Observa cuándo te sientes libre y cuando no.

Quizás algunas personas crean que sólo son responsables de sus acciones –de lo que hacen- y no de lo que piensan.  Yo mismo solía creerlo.

La verdad es que soy responsable de lo que pienso.

Ejemplo: Entras a una habitación donde varias personas están esperando.  Es una reunión y tú tienes que dirigirte a ellas.  Quizás estés por dar una charla.  De pronto, aparentemente sin motivo alguno, piensas algo negativo y condenatorio sobre uno de los presentes.  Tal vez pienses algo así como: “¡Santo Dios! ¡Auxilio! ¡Qué hace él aquí!” o:  “¡Oh, no! ¡Ella también está aquí!”

Entonces las cosas se complican.  Has atacado a otra persona.  En lo profundo de tu ser, inconscientemente, estarás esperando un ataque de ella.  Sentirás miedo.  Estarás a la defensiva. Te recluirás, pese a seguir en la habitación.  No será fácil “bailar” con lo mejor de ti.

El efecto más notorio será que lo mejor de ti no brillará con calidez y franqueza hacia esa persona.  Tratarás de evitarla.  Ya no serás libre.  Habrá surgido en ti el miedo a esa persona.  Eres consciente de todo eso en tu propio cuerpo mientras sigues en la habitación.

Se requiere de mucha energía para controlar la situación.  Es probable que luego te sientas tenso y cansado.

Aceptar con calma el significado de “Siempre le temeré a quien he atacado” es revolucionario.  En definitiva, sólo se trata de nuestra propia salud.

a

ESTAR ILUMINADO

Probablemente, en lo profundo de nuestro ser, sepamos que cuando pensamos algo negativo, enjuiciador y ridiculizante sobre alguien, en realidad eso dice algo de nosotros mismos.

Por detrás de cada pensamiento negativo que tengo sobre otra persona acecha dentro de mí cierta forma de miedo.

¿Tal vez cuando me asaltan pensamientos negativos sobre alguien, lo que sucede es que esa persona me recuerda un aspecto de mí mismo que no quiero ver; algo que temo descubrir en mí mismo, una parte de mí que niego y reprimo?

En ocasiones se dice (como una suerte de axioma psicológico) que:

Actúo en forma burlona y agresiva en mi exterior con respecto a lo que niego y reprimo en mi interior.

Conocer esta “ley” humana, y lograr ver cómo opera en uno mismo, es la condición más importante para estar “iluminado”.


Muchas veces he intentado evitar verme a mí mismo.  He creído (y estado seguro) que mi frustración, alteración y desequilibrio eran provocados por “ellos” y he proyectado en otros la razón de mi malestar, siempre mediante algún tipo de ataque.  Uso a alguien como chivo expiatorio para evitar ver algo en mí mismo.  Por supuesto, eso no es para nada constructivo

Cada uno de esos ataques es un intento de evitar verme a mí mismo.

Cada uno de esos ataques, ya sea mediante eñ pensamiento, las palabras o los hechos, es una forma de defensa.  El objetivo es evitar verme a mí mismo.

Sin lugar a dudas, cuando me resulta fácil aceptarme a mí mismo, se me hace más fácil aceptar a los demás.

¿No será que cuando me ocupo de condenar o atacar a otra persona en realidad estoy hablando, de un modo peculiar, sobre mí mismo?

Al condenar a los otros revelo mucho sobre mí.

a


QUÉ PIENSO DE MÍ

Hemos dicho que los pensamientos son creativos.

Y que lo que pienso de otra persona tiende fácilmente a hacerse realidad.

De la misma manera, lo que pienso de mí mismo también se convierte fácilmente en realidad.

Cada uno de mis pensamientos genera un recuerdo en mis células,

Si por la mañana pienso: “Hoy va a ser un día difícil”, el día suele ser así.  Al tener ese tipo de expectativas negativas, mi subconsciente se carga de imágenes negativas.  Mi subconsciente me gobierna y quiere hacer lo que se le indica; por lo tanto, cumple la orden.

¡El día va a ser difícil!

Y posiblemente me diga, con un gesto de corroboración:  “¿Qué te dije?”.

En cambio, si por la mañana elijo visualizar (imaginar) imágenes muy diferentes a ésas y me lleno de escenas positivas, en las que me veo a mí mismo en distintas situaciones maravillosas, el día resultará mucho más parecido a estas imágenes.

En ese sentido, mis pensamientos sobre mí mismo son creativos.
Lee con atención lo siguiente:

Cada uno de mis pensamientos
Genera un recuerdo en mis células.
Puedo elegir lo que pienso de mí mismo.
Soy el único responsable de mis pensamientos.

a

LA IRA

La ira es todo un tema.

No estoy diciendo que nunca me enojo.  No estoy diciendo que la ira sea una emoción “desagradable”.

No existen emociones más “nobles” o “mejores” que otras.  De hecho, en lo que respecta a las emociones, no existe lo bueno y lo malo.  Las emociones son lo que son: emociones.

La ira es una emoción tan aceptable como cualquier otra.

El tema es: ¿qué hago con mi ira?.

He observado que, cuando me pongo furioso con alguien, lo que hago es proyectar mi ira en un inocente.  Eso no es constructivo.

Cuando sentimos ira, casi nunca somos conscientes de cuál es la verdadera causa del enojo.

Tal vez la causa sea la siguiente:

Cada vez que me enojo, intento hacer que otro se sienta culpable.

¿Y si fuera verdad?  ¡Inténtalo!  Piensa un momento en alguna situación reciente en que recuerdes haberte puesto furioso con alguien...

a

IRA – MIEDO

La próxima vez que te encuentres con alguien que esté realmente furioso, enojado y disgustado

... pregúntate:

¿A qué le teme tanto esta persona?

Detrás de todo enojo hay cierta forma de miedo.  ¡No digas esto en voz alta!  Simplemente pregúntate en silencio:  “¿A qué le teme tanto esta persona?”.

Y verás frente a ti a una persona distinta, que hasta podrá despertar tu simpatía.  Detrás de la ira siempre hay miedo.

Detrás de la ira siempre hay una persona que clama por ayuda.  Todo enojo es en verdad un grito desesperado pidiendo ayuda.

Todos los gritos de furia y enojo son ejemplos de impotencia.  Sólo gritamos cuando no entendemos nuestra propia furia.

Todo acto de violencia es una expresión de impotencia.  Sólo golpeamos cuando no entendemos nuestra propia ira.

Cuando le grito a alguien y me niego a escuchar (no tengo la fuerza para escucharlo), lo estoy haciendo para acallar algo dentro de mí, que no quiero ver (no tengo la fuerza para verlo) en ese momento.

Detrás de todo enojo siempre hay una cierta forma de miedo.

Es un hecho innegable que las personas más agresivas son siempre las más asustadas.  Gran parte de la historia, por supuesto, habría sido distinta si los más agresivos hubieran pensado con más frecuencia:  ¿Qué es lo que no tengo el coraje de ver dentro de mí mismo?

Por consiguiente, la próxima vez que te encuentres con alguien que esté temblando de furia, enojo y disgusto, prueba preguntarte en calma:

¿A qué le teme tanto esta persona?

Practica y practica.

a

VER DE VERDAD

Cada temor es un grito pidiendo socorro.

Si tengo miedo, es posible que me ponga una máscara  - una expresión “falsa- como protección, como una especie de armadura.  Todos lo hacemos de vez en cuando para sobrevivir en distintas situaciones.  Cada máscara que ves es una especie de escudo.

Ejemplo:  Ves atravesar la discoteca a un muchacho que aparenta ser duro e indiferente.  Ves la máscara, el velo que esconde su inseguridad, su miedo.  Dentro del joven late con fuerza un corazón agitado.  Pero él no quiere demostrarlo.  Se protege colocándose la máscara de “duro”.  Una especie de armadura.  Esta máscara es su expresión “falsa”.  Su escudo.

Con este simple ejemplo puedes ver lo siguiente:

Cada máscara es una defensa, una súplica, un grito de socorro.

Si puedes ver eso, entonces verás la verdad.  Eso es ver de verdad.

Sin embargo, si reaccionas ante la máscara y la actitud de dureza con miedo o desprecio o, incluso, con admiración, estarás reaccionando ante algo que es “falso”.  No estás viendo la verdad.  Eres víctima de una mala interpretación.

También es obvio que eres tú quien elige cómo interpretar lo que ves.  Eres tú quien elige si quieres ver la verdad cuando miras al muchacho o si quieres reaccionar ante su máscara:  lo falso.

Cuando, en un encuentro, ves la “falsedad” y no lo aceptas como si fuera la verdad, te transformas en un ayudante potencial, un liberador.

Cuanto más grande sea la máscara que ves, mayor será el grito pidiendo socorro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.