El verdadero amor no es un sentimiento que nos abruma. Es un estado que se adentra en lo profundo de uno mismo y evoluciona hacia la conciencia integral.
M. Scott Peck.
Conforme el ser humano se desarrolla y evoluciona, percibe el amor como algo más que un sentimiento abrumador que mueve pasiones e ignora consecuencias venideras. Las decisiones tomadas en nombre del amor bajo un estado de gran emoción, pronto se enfrían. En su caída, tienden a desencadenar un gran perturbación y, en muchos casos, aflicciones insensatas.
Dejarse llevar por una brújula que tan sólo tenga en cuenta la exaltación de los sentimientos, supone desoír la voz que nos impide “perder la cabeza”. Un des-balance que, tarde o temprano, se cobrará un alto precio en forma de carencias y frustraciones típicas de aquellas relaciones en las que predomina la pasión y la fascinación completa. En el extremo contrario, está el sujeto que se deja guiar exclusivamente por el mundo prosaico de la razón, sin duda alguien que se ahogará en un territorio de cálculos e intereses que le adentrarán en un desierto ajeno a la sensibilidad y frescura de su alma.
Cualquier decisión tomada desde uno de los dos lados, tanto el de la cabeza como el del corazón, supone lateralización y vivencia plana. Por el contrario, los sujetos orientados hacia una conciencia integral se adentran en lo profundo de sí mismos y logran que los opuestos inherentes al yo superficial, vayan paulatinamente integrándose en una nueva y más alta esfera. Pensamiento y sentimiento, razón y afecto, cabeza y corazón intervienen integralmente en la decisión acerca de algo tan mágico como la química de las almas. En realidad, en la hondura del propio Ser, caben los opuestos sin conflicto ni visión disociada. Y de la misma forma que una paloma necesita dos alas para volar, nuestro cerebro precisa de sus dos hemisferios cerebrales para avanzar a la profundidad de su íntima morada. Si una de las alas induce a actuar desde la emoción, la otra lo hace desde una reflexión razonada. Es tan sólo la fuerza conjunta de ambas la que conduce al progreso. El amor como fuerza esencial de vida, no se queda fuera de esta Ley que a los opuestos balancea e integra.
Durante milenios, y todavía en variadas culturas del mundo actual, las grandes decisiones de formar una familia y entablar vínculos era un asunto de los padres que ignoraba los gustos particulares de cada miembro de la pareja. En tan delicado asunto de su vida, ninguno de los dos sujetos intervenía. En realidad, tiene pocos años la puesta en juego de sentimientos abrumadores como elementos decisivos en la creación de la familia propia. La Humanidad se ha movido en ciclos pendulares que alternaban etapas de predominio racionalista y etapas de romanticismo que exaltaban los sentimientos y la sensibilidad de alma. Acción y reacción polares que vienen anunciando la llegada de un tercer punto, o conciencia de síntesis que integra los opuestos y abre la puerta de la Inteligencia del Alma. Un estado mental en el que puede decirse que el corazón piensa y la mente ama.
En un nivel más elevado, el amor supone una ola que emerge de la Infinitud interna y lleva consigo la Experiencia de Totalidad. En la comunión espiritual de dos seres, el vínculo está más allá de la pasión y la razón. El Amor con mayúsculas es un estado de conciencia que integra Eros y Thanatos, lo ascendente y lo descendente, el Cielo y la Tierra. Un encuentro que está más allá de cualquier forma de apego y que brota desde planos transpersonales en los que silencio es la pregunta y silencio es la respuesta.
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