martes, 14 de diciembre de 2010

Fija tus ojos en las estrellas y arraiga tus pies en el suelo.

Fija tus ojos en las estrellas y arraiga tus pies en el suelo. Rooselvelt

Cuando uno enfoca la mirada al universo de la noche estrellada, descubre su Casa Mayor en ese espacio del "ahí fuera". Y dado que aquello que admiramos es precisamente en lo que nos convertimos, no parece mal objetivo observar la inmensidad del cielo y, de paso, ensanchar la mirada del alma. El Universo, con su hondo espacio azul, es tan sólo resonancia de la mente profunda del Ser que lo contempla. Una realidad que sucede por la Ley de la Correspondencia que afirma: como es arriba es abajo y como es dentro es fuera. Una ley que apunta intuitivamente a formular que nuestra mente profunda, seno de nuestro Ser es tan Infinitud y Profundidad, como aquella que nuestros ojos perciben al contemplar las estrellas. Todo un carné de identidad del alma que somos en esencia.







Sin embargo, junto a la celeste percepción de Totalidad, brota la necesidad de integrar nuestra más prosaica humanidad de la tierra. El cuerpo demanda cuidados y clama por cubrir necesidades que tienen que ver con la disminución de la ansiedad y lo concreto de las monedas. Una dimensión material de la Vida que, para desplegarse plena, demanda el pago de un sinnúmero de facturas. Por otra parte, los paquetes de proteínas y las sales minerales recuerdan al habitante del cuerpo que su alma no podrá maravillarse ante las ideas de lo eterno si la máquina física no ha sido a tiempo engrasada.

Si observamos el gran árbol, comprobaremos como las ramas elevan sus brazos extendidos al cielo. Buscan la luz sabiendo que no hay otro camino para abrir la copa y hacer florecer sus ramas. Vemos también que sus raíces se hunden en la tierra abriéndose paso por entre piedras y buscando el agua que, a veces, fluye oculta entre capas duras y rocas. De la misma forma, el ser humano se despliega en la conciencia integral que engloba tanto los asuntos del cielo como los de la tierra. Por una parte, hunde sus raíces profundas en el subterráneo de su inconsciente y por otra, se abre con la mente y el corazón al espacio luminoso de la consciencia. Si el árbol quiere llegar muy alto, convendrá que se enraíce en lo profundo y alcance los sótanos más oscuros y sombríos de la tierra. El crecimiento del ser humano es un proceso que integra tanto la luz y la sombra como al espíritu y la materia. Sin duda, un paradójico yoga de integración que da sentido al juego de la existencia.

No nos enredemos tan sólo con la tierra olvidándonos de los asuntos del cielo. Comprobemos la dirección que el alma lleva en su camino hacia la Luz, mientras aprende las lecciones de la tierra. Atención a las hojas y a las ramas de nuestra cabeza, cuyo alimento son Valores y Principios que nada tienen que ver con los "chutes" del dinero y la fama. Para nutrir nuestras flores abiertas al cielo, convendrá cultivar brisas de lucidez y ensanchar las miras cotidianas hacia lo profundo de la conciencia. Atención también al precio que pide el cuerpo para llevarnos de viaje mientras respiramos hondo y pagamos el peaje de sus necesidades varias. El cuerpo demanda ejercicio y el suministro de energía para latir con vida y fuerza. Demos al cuerpo placer y descanso, horas de sueño y buenos paseos por el campo. Recordemos que el orden y el desarrollo personal integran al insólito centauro y permiten resonar con lo Infinito lo más profundo de su calado.

El camino actual del ser humano no es el de los dioses ni tampoco el de las bestias. Tal vez, es el de esos curiosos habitantes de la tierra media que caminan con corazón y sensatez por el estrecho filo de la navaja. A lo largo de la senda, el juego del vivir impone reglas de observación sostenida para mantener el equilibrio y fluir con la conciencia bien atenta y despierta.


INTELIGENCIA DEL ALMA
144 avenidas neuronales hacia el Yo Profundo
José María Doria

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