A ser consciente del privilegio de la vida.
A responder con ello a los talentos que Dios me ha dado.
A ser feliz, siendo yo mismo(a) conforme a mi vocación y a mis
sueños.
A tener el coraje de ser libre para elegir mis caminos, venciendo
mis temores y asumiendo las consecuencias de mis actos.
A tener alegría para construir mi felicidad.
A tener éxitos, pero también fracasos, que me recuerden mi condición
humana, la grandeza de Dios y el peligro de la soberbia.
A sentirme completo, a amarme y a reconocer que soy único(a),
irrepetible e irremplazable, y que valgo por lo que soy, no por lo
que tengo.
A tener la capacidad de gobernarme.
A querer el presente, elegir el futuro y trabajar para conseguirlo.
A recordar el pasado, pero no vivir en el ayer; a soñar en el futuro
sin despreciar el presente.
A perdonarme mis errores, mis culpas y mis caídas.
A tener el suficiente valor para pedir perdón y a perdonar a otros,
olvidándome de los rencores.
A renacer cada día.
A sentir que Dios vive en mí y agradecerle su infinito amor, su
entrega incondicional y su presencia.
A dejar de sobrevivir y atreverme a vivir.
A ser completo(a), no sustituto(a), menos objeto, a saber querer,
saber decir sí pero también no.
A hacer de cada día, un día especial para los demás y para mí.
A entender que, al igual que otros(as), se puede ser buen(a) hijo
(a), hermano(a), esposo(a), guía y amigo(a).
ANONIMO
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