Cuando aprendemos a ser silenciosos y a reflexionar en nuestro yo interno, empezamos a sentirnos satisfechos con lo que encontramos dentro y hay un sentimiento profundo de contento.
Nos vamos volviendo más considerados en nuestros puntos de vista y aceptamos a los demás por lo que son. Cuanto más podemos aceptar, más deprisa encontramos la armonía en nuestras relaciones. Empezamos a ahorrar energía, moderando nuestros pensamientos y palabras. Eso viene acompañado de más paciencia, tolerancia, flexibilidad, naturalidad y ligereza. El silencio nos enseña el arte de vivir. El silencio puede ser mal empleado para aislarse a uno mismo, pero el silencio verdadero y positivo nos da un equilibrio entre nuestro mundo interior y nuestro mundo exterior. Habiendo explorado nuestro yo interior, recogemos nuestra energía positiva, nos hacemos conscientes de nuestras cualidades, y después, con toda naturalidad, éstas se expresan externamente. Dirigimos nuestra concentración hacia el yo interno y después hacia el mundo exterior. Después volvemos de nuevo al interior. Es un movimiento circular. Cuando entramos en el silencio, recargamos nuestras energías internas, nos hacemos uno con el yo, sanamos nuestro yo, lo relajamos y lo liberamos de negatividad. Hay muchos beneficios en el simple hecho de entrar a encontrarnos con nuestro verdadero yo. Cuando sacamos esta riqueza y recursos, ¿qué hacemos con ellos? Los compartimos y los repartimos, y al hacerlo recibimos y aprendemos.
Extraído de Pensamiento Oriental para la mente Occidental.
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