Los estudios de género y de masculinidad han develado la existencia de una enorme tensión y angustia al interior de la subjetividad masculina. La realización de talleres sobre esta temática constituyen un ámbito donde se detecta la ausencia de educación integral y en consecuencia desconocimiento de la diversidad de identidades masculinas. La atención, tensión y avidez, se ve como necesidad, sin que el lenguaje logre expresarlo, puesto que es usado para defender su imagen.
Los estudios sobre la masculinidad comienzan a fines de la década del 70 en el hemisferio norte, siendo posteriores los desarrollados en Latinoamérica.
Hasta ese momento el pensamiento feminista definía la sexualidad masculina como agresiva, codificadora de las mujeres, dominadora, opresiva, de una doble moral sexual, considerando a las mujeres como víctimas y objetos de esta sexualidad masculina.
A partir de los estudios de género y de masculinidad especialmente, se comenzó a ver que existe una enorme y permanente tensión y angustia al interior de la subjetividad masculina.
Es así que surge la necesidad de conocer cómo se construyen las identidades masculinas, y para ello se aplica la misma regla que los estudios de género instituyeron en principio para la mujer: mujer se hace, no se nace; o sea el criterio de que ambos son resultado de una construcción social y no dados por la naturaleza.
También utilizan la idea de patriarcado pero ya no únicamente como una forma de sometimiento de la mujer, sino también como un sistema que implica la creación de la subjetividad masculina.
Ahora bien, la relación de estos estudios con el feminismo no siempre es clara o directa, en muchos casos se trata de especificar características de lo masculino con total prescindencia de la figura femenina y de su relación con esta. Entre los temas más abordados están la identidad sexual, el rol de proveedor, la paternidad, la afectividad, la tendencia a la violencia, la competitividad, etc. Se pone en evidencia que la masculinidad además de ser una construcción de privilegio, también impone prescripciones y obligaciones muy difíciles de cumplir. Datos que si bien implican la relación con uno y otra, en muchos casos son manejados sin establecer las forma o modalidad de esa relación.
En muchos casos daría la impresión de responder a un criterio que, aunque remozado, continúa siendo patriarcal, donde una vez más la visión queda centrada en el hombre, en el varón, en las consecuencias o modos de subjetivación que el sistema patriarcal implica para él en cuanto hombre. Se trataría de dar mayor amplitud o apertura a su personalidad, a establecer otros modos de relación consigo mismo y con los demás, como por ejemplo la aceptación e inclusión de orientaciones sexuales diferentes a la hétero. Esta visión pareciera tender a una superación del hombre, a la creación de lo que podríamos llamar una “nueva masculinidad” o “masculinidad alternativa” para diferenciarla de la “tradicional”, en las que resulta claro que el centro de la óptica es el hombre. Estos cambios, de producirse, implicarían otro modo de relación con el mundo y por lo tanto, con las mujeres, pero esto no pareciera ser el motivo central.
Estos estudios, especialmente con la inclusión de la diversidad sexual, de los estudios homosexuales, han llevado hacia una construcción pluralista, compleja de “los hombres”, en la que también intervienen variables como la clase, la edad, la pertenencia étnica, la orientación sexual, etc., que van
configurando masculinidades distintas.
Es así como postularon la existencia de la llamada masculinidad hegemónica que se impone como molde rígido a la subjetividad de hombres y mujeres y establece el modo de relación ente ambos. Esta masculinidad hegemónica es la que mejor encarna al sistema patriarcal y la que fija la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres. Este sometimiento no solamente implica a las mujeres sino a las minorías de todo tipo, ya fuere por orientación sexual, por etnia, por clase social, etc.
De este modo todas las formas de masculinidad hegemónica gozan de una cuota de poder sobre alguno de los sectores subordinados, y llegado el caso, hasta el varón con menos poder patriarcal puede tener una mujer a su servicio.
Este tipo de masculinidad también impone retos muchas veces inabordables en su totalidad y complejidad, el hombre debe: demostrarse a sí mismo y a los demás que no es mujer, que no es un niño y que no es homosexual, lo que supone una permanente puesta a prueba y lucha por la virilidad.
Esto tiene tres consecuencias principales:
La huida de lo femenino: es un componente generador de misoginia y que implica la negación de aquellos rasgos propios definidos culturalmente como femeninos y la acentuación de los considerados masculinos. En esta construcción de la masculinidad, las mujeres son identificadas con lo irracional -emociones, sexualidad, naturaleza, “misterio”- y por eso mismo con lo que debe ser sometido y controlado por la racionalidad masculina.
La homofobia: es el temor a la homosexualidad y/o a ser considerado tal, por ser considerada un modo de feminización. Implica la represión de todos aquellos rasgos de personalidad que se consideran tales y la violencia hacia los homosexuales como una forma de diferenciación.
La homosociabilidad: implica la segregación del grupo de las mujeres, el mantenerse distante y de ese modo evitar ser considerado como tal, y al mismo tiempo una búsqueda de validación masculina entre pares.
Todos estos elementos hacen pensar que la construcción de la masculinidad tradicional esta basada en una negación primaria, parte de la reafirmación de aquello que no es mujer. Freud al desarrollar el mito edípico consideró un momento fundamental en el desarrollo del varón el momento en que logra separarse de su madre e identificarse con su padre.
La virilidad patriarcal también implica un modo de relación con el propio cuerpo que debe distanciarse de la relación que mantienen las mujeres con el suyo -aunque últimamente con la emergencia del metrosexual esto este cambiando. El macho debe tratar su cuerpo con dureza, no escuchando sus reclamos, con desaprensión, llegando a exponerse a situaciones de real peligro. El cuerpo es valorado como arma, como factor de fortaleza física para competir o contraponerse a otros varones, es el cuerpo del guerrero, del atleta, del que se “las banca”.
El cuerpo masculino es el de la modernidad occidental y cristiana que toma como herramienta intelectual al dualismo cartesiano entre mente y cuerpo, la mente como instancia del ser y el cuerpo como objeto separado que debe ser sometido y controlado por esta mente entrenada y disciplinada. Es la ruptura con el cuerpo el que es vivido como ajeno, distante y distinto y sede de impulsos extraños que para el varón se definen como incontrolables y que lo pueden conducir a desastres como el “crimen pasional”.
Lejos esta de estos varones la idea del placer total del cuerpo, de la exploración de la propia sensibilidad y del goce presente. El placer queda únicamente reducido a una sexualidad rígida, heterosexual, genital y penetrativa, reproductiva, de conquista y rendimiento, desgajada de su relación con deseos y emociones. Sexualidad separada de lo afectivo sensible, de ahí que un sector muy importante de los varones no conozca un orgasmo que implique algo más allá del placer fisiológico al momento de la eyaculación.
Paralelamente el cuerpo de la mujer también es extrañado, separado del ser, convertido en objeto reproductivo o erótico del deseo sexual masculino. Pero como la sexualidad y el ser femenino son por definición lo peligroso, lo nunca totalmente dominado y sometido (de ahí que en esta lógica a veces sea necesario llegar a la agresión física o al feminicidio para lograr estos fines) la búsqueda sexual no es solamente una búsqueda de placer, sino una forma de aplacar ansiedades, de aumentar la autoestima, de confirmar la masculinidad.
Esto esta relacionado fundamentalmente con el modo de producción de la sexualidad de nuestra sociedad, determinado por la heterosexualidad y procreación normativas. La falta de una educación sexual integral desde los primeros años de vida apuntan a este resultado, a mantener a la persona en estado de ignorancia respecto de sus posibilidades, a sostener la idea de tabú, y al mismo tiempo implicando la idea de “misterio” y/o “peligro” en todo lo relacionado con la sexualidad. Peligro que muchas veces se concreta precisamente por la falta de educación de nuestros jóvenes.
Por Alberto B. Ilieff
Continuará...
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