domingo, 19 de diciembre de 2010

¡ME REBELO…, Y SIENTO!



ROBERTO CABRERA OLEA
En estos tiempos estamos ante la vital necesidad de transmutar los valores añejos que nos han forjado como personas. Aquellos que nos conectan instantáneamente con la culpa y el castigo, con el sometimiento y la obediencia. Me refiero principalmente a la importancia de recobrar nuestra espontaneidad de acción que fuimos perdiendo al pasar los años. Espontaneidad que perdimos para poner encima la cautela que no es más que la hija del miedo a la desaprobación y al rechazo por parte de una sociedad que grita el desamor por quien no abraza sus normas.

Fuimos poco a poco construyendo un modelo de acción en el mundo en el que el pensar antes de actuar es la base de nuestro aparecer en el mundo. ¡Pero qué burla a nuestra esencia resulta el postergar nuestro sentir más vivo y apasionado para dejar que sólo brote un mínimo de nuestro sentir, y con esto conseguir pertenecer a un mundo que te observa como si en el siguiente movimiento fueras a errar, es más, es como si lo esperara, ya que así confirma sus leyes y verdades!

¡Yo me rebelo…, y siento! Y con esto quiero decir que me cansé, que ya permití suficiente ahogo de mí ser por miedo a no ser amado como siento que merezco. ¡Qué iluso! Tanto tiempo de ser fiel a normas y costumbres nacidas del más brutal control; ya es demasiado tiempo de infidelidades a mi esencia, aquella que por sí sola tiene el amor suficiente no sólo para vivir esta vida terrenal, sino que cubre hasta los vuelos de ensueño que doy cuando me siento y me reconozco libre.


Nada ya me obliga, y me sumo al tan temido salto al vacío que significa darme mi propia felicidad, sin culpar al mundo ni a los demás por las lágrimas que con dolor a veces brotan de mis ojos. Si la sociedad humana obliga, yo le permití hacerlo. Soy parte de una conciencia mayor en la que todos participamos, es decir, que si el mundo muestra la cara que muestra en estos días, es porque yo y todos vibramos en esa música. Este salto al vacío no implica escapar, sino reconocer que si los colores del mundo no me gustan es porque no fui un gran pintor…, ¡pero puedo llegar a serlo!

El punto esencial aquí, y como siempre, es el amor, pero ese amor que es la energía de nuestro origen, no el sentimiento que conocemos por amor. El sentimiento del amor, muchas veces, es una zancadilla que nosotros mismos nos damos para no encontrar la verdadera energía de creación. Nuestra soberanía no es algo fácil de alcanzar, y comienza en el nivel de amor que cada uno pueda llegar a darse a sí mismo…, incluso dejando de pensar en dar al otro porque así se nos enseñó. Se supone que ese debería ser nuestro actuar, ¿cierto?, olvidarnos de nosotros mismos para dar al prójimo, siguiendo esos añejos valores de un cristianismo tan alejado de aquel hombre que murió en la cruz. Si das todo a otro pierdes tu fuerza y te desvalorizas a tal punto que cedes tu poder a quien quiera tomarlo; este acto tan enraizado en nuestra sociedad nace de aquellas mentes que buscaron tomar nuestra conciencia para hacerse del destino de la humanidad, ¿y cómo? Generando miedo, culpas y castigo…, y haciéndonos creer que algo malo vive dentro nuestro, intrínseco, algo pecaminoso. Aunque tengamos conciencia de estos enredos de poderes y sometimientos, aún ruge en nuestro interior el monstruo del castigo por no ser buenos como se nos enseñó que debíamos ser. Por eso es que yo me rebelo, y me entrego al sentir antes que a la razón sin control, que me dice cómo debo actuar en la vida y ante los demás.

El ser bueno o ser malo, es la mayor estafa que ha creado el hombre.

La bondad o la entrega a otro que lo necesite, no parte del despojo de mi alma, parte del total amor que primero me puedo dar a mí mismo. Amarme, sentirme, aceptarme, darme cuenta de mis potenciales y explotarlos…, eso me da brillo para que otro vea que es posible brillar por sí solo. Prefiero aportar al mundo en este sentir antes de llenar de migajas y limosnas a quienes aún creen que no pueden ser felices o que la pobreza es su destino. En vez de combatir a piedrazos o luchar con las mismas armas que nos desempoderan, prefiero cambiar la visión de mi mismo y alcanzar la máxima altura posible para que otros vean que es posible el propio amor…, ese que por rebalse inundará al mundo. Eso es poder, el verdadero poder al que temen los que tienen las riendas de la conciencia colectiva.

Yo no amo al mundo como a algo externo a mi experiencia, yo no parto por amar a quien sufre, porque todos y todo son mi propia experiencia. Si yo vibro alto, en esa energía creadora que es el amor, el mundo habrá dado un salto importante hacia su libertad. La rebelión parte aquí dentro, y es más un sentir que un concepto; es cuando puedes permitir la conciencia de que nada tienes que hacer para que el amor bulla en ti. La conciencia planetaria todavía se mueve en creer que el hacer afuera y permanentemente, nos llevará a crecer y a encontrarnos, ¿cómo se deben estar riendo en sus tumbas y en sus palacios de gobierno, tantos seres humanos que jugaron con nuestra capacidad de amar para hacernos creer que la vida está afuera antes que en nuestro corazón? Pero bueno, ¡se acabó!

Sentir antes de actuar, amar antes de dar…, esto es un estado, es una vibración. Sentirnos a nosotros mismos y amarnos a nosotros mismos, porque el mundo es nuestra creación que es un espejo de nuestro estado interior. Este caminar se puede compartir como una experiencia que cada uno puede llegar a vivir, pero no se puede enseñar, ¡en hora buena! Porque se acabaron las escuelas de crecimiento interior y espiritualidad, las religiones que aunque creyeron liberar, sometieron. El ser humano es único en su experiencia y soberano en sus actos, por lo tanto la única forma de compartir que es posible rebelarse a tanta historia de poder de unos sobre otros, es con la valentía de ser uno mismo.

Hacer lo que uno sienta es hacerse a uno mismo, sin normas ni estándares. Hacer lo que se siente es volcarse al mundo desde un corazón hinchado de amor, no pensando más en la ruta a seguir, sino sólo caminar, porque habrá confianza en lo que uno verdaderamente es. Y esto muchas veces implica tocar el más profundo de los abismos que nos depara el salto al vacío de nuestro interior, donde lo único que nos queda es el amor por nosotros mismos como nunca antes pensamos que se podía amar.

El viaje que nos depara este tiempo de cambios interiores que están creando un nuevo mundo, ya no consiste en conquistar el cielo sino aterrizar con todas nuestras fuerzas y de una vez por todas. Vivir la tierra y todo lo que nos ofrece como la experiencia más divina conocida. Por eso me rebelo…, y siento, sólo siento y vivo, recupero mi experiencia como la conquista más preciada en la ruta de ser uno con la vida.

Y en este acto de rebelión voy siendo cada vez menos cosas de las que me fueron acorazando en la vida, con las que yo mismo creí protegerme. No tengo ni necesito ser algo para vivir pleno, es más, la tranquilidad llega a mi pecho cuando descubro que no tengo nada que hacer, que sólo soy el que soy, sin títulos, ni apellidos, ni propósitos.

¡Yo me rebelo…, siento y respiro!

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